BellezaSobrenatural

BellezaSobrenatural

Versión 2 (3380 palabras)

Las sillas plegables chirriaron cuando me moví, delatando mi nerviosismo más que el ligero temblor de mis manos. Siete pares de ojos me observaban con esa mezcla de curiosidad y empatía que solo encuentras en grupos de apoyo como este. La luz fluorescente parpadeaba ocasionalmente, proyectando sombras inquietas sobre las paredes descascarilladas del sótano.

—Me llamo Catalino, aunque pueden llamarme Cato —dije mientras tiraba discretamente de las mangas de mi sudadera para asegurarme de que cubrían completamente mis muñecas—. Y soy... un cambiaformas.

Suéltalo todo de una vez. Como arrancar una tirita.

—Bienvenido, Cato —respondió Pablo, el moderador, pasándose una mano por su barba canosa. Gotas de sudor perlaban su frente a pesar del frío del sótano—. Aquí todos entendemos por lo que estás pasando. Este es un espacio seguro.

Asentí sin añadir nada más. Pablo me dirigió una sonrisa paciente, la misma que probablemente había ofrecido a cientos de transformados a lo largo de décadas.

Alguien llamó a la puerta con tal fuerzo y con tanta insistencia que hizo que todos diéramos un respingo. Pablo se levantó con un suspiro cansado y se acercó a recibir a algún posible recién llegado.

—No, se ha equivocado —dijo tras escuchar unos segundos—. La oficina del hacker supersecreto es la puerta de al lado. —Y volvió a su asiento.

—Tercera vez esta semana —comentó Jorge, otro miembro—. Es tan supersecreto que todo el mundo se equivoca de puerta.

Pablo asintió con resignación y volvió a centrar su atención en mí.

—Quizás te ayude escuchar algunas experiencias de tus compañeros —sugirió, señalando al grupo con un gesto amplio—. Jorge acaba de compartir su historia.

Las sillas gemían bajo su masa, fundiéndose en una sola bajo aquel cuerpo masivo. Un bosque de vello negro se extendía desde sus antebrazos hasta perderse bajo el cuello de la camisa, y aquellas manos descomunales —que habrían hecho parecer pequeña una jarra de cerveza— acunaban la taza de café con la delicadeza de quien manipula una pompa de jabón.

—Como decía —continuó Jorge con una voz sorprendentemente suave—, lo peor es la ropa. Cada luna llena destruyo al menos dos conjuntos completos. Y luego está el problema del pelo... encontrarlo por todas partes durante semanas.

Observé fascinado cómo sus dedos, del tamaño de salchichas, jugueteaban con una pequeña figura de cristal que había sacado del bolsillo. Parecía una miniatura de un oso tallada con precisión asombrosa.

—Yo uso un cepillo especial para perros —intervino una mujer mayor sentada frente a mí, su rostro marcado por décadas de preocupación—. Lo compro en la tienda de mascotas y nadie sospecha nada. Lo llamo mi "rutina de belleza natural".

—Mi madre me hace rasurarme en el jardín —añadió Lupita desde debajo de su capucha—. Dice que tapono las tuberías con tanto pelo de loba.

Un murmullo de risas comprensivas recorrió el círculo. Todos asintieron, compartiendo ese problema común: el exceso de pelo durante sus transformaciones. El aire del sótano parecía cargado con la camaradería de quienes comparten un secreto demasiado extraño para el mundo exterior.

Rehuí sus miradas. Mis dedos jugueteaban con el borde de la silla, mis uñas —ligeramente más afiladas de lo normal— producían un sonido rítmico contra el metal.

—¿Y tú, Cato? —preguntó Pablo cuando el silencio se hizo evidente—. ¿Quieres compartir algo sobre tu experiencia?

Todos los ojos volvieron a fijarse en mí. Me removí incómodo, sintiendo un cosquilleo en la garganta que amenazaba con convertirse en un ronroneo. La pregunta flotaba en el aire, esperando una respuesta que no estaba seguro de poder articular.

—Mi problema es... exactamente el opuesto —murmuré finalmente.

—¿El opuesto? —preguntó Jorge, frunciendo el ceño bajo su espesa mata de pelo.

—¿Qué quieres decir? —La voz de Lupita sonaba genuinamente curiosa desde las sombras de su capucha.

Tomé aire profundamente. Ahora o nunca.

—Trabajaba como entrenador de crossfit y tenía un canal de YouTube sobre rutinas de ejercicio —continué, sorprendido por la facilidad con que las palabras fluían ahora—. Siempre fui... obsesivo con la depilación. Ni un solo pelo fuera de lugar. Mi rutina diaria incluía exfoliación, cremas depilatorias y hasta láser. Mis seguidores bromeaban diciendo que gastaba más en productos cosméticos que en proteínas.

Dejé que mi mirada vagara por el círculo, observando sus rostros. Jorge asentía lentamente, sus ojos oscuros brillando con interés genuino. Lupita se había inclinado ligeramente hacia adelante, la capucha revelando brevemente un perfil afilado y unos ojos ambarinos.

—Mi canal crecía lentamente, pero siempre a la sombra de Marcos Álvarez, "El Bestia". —El nombre salió como un siseo involuntario—. Seis millones de seguidores. Patrocinios con las mejores marcas. Medallas nacionales en competiciones de crossfit.

El recuerdo de su sonrisa burlona hizo que mis pupilas se estrecharan involuntariamente.

—En cada competición, Marcos agitaba sus medallas nacionales frente a mi cara. "¿Cómo va tu canal de princesitas?" susurraba al pasar. Pero su dedo temblaba sobre el móvil mientras refrescaba obsesivamente el contador de visitas: mis tutoriales de belleza duplicaban sus rutinas de crossfit.

Un flashback atravesó mi mente: Marcos, con su cuerpo perfectamente musculado, inclinándose sobre mí en los vestuarios. "La gente quiere ver fuerza, Catalino, no a un gatito lamiendo sus patas". El recuerdo era tan vívido que casi podía oler su colonia excesivamente masculina.

»Por no hablar del día en que mi tutorial de mascarillas faciales alcanzó las 100,000 visualizaciones, el triple que su último video de entrenamiento. Su sonrisa burlona se transformó en un tic el día que perdió miles de seguidores... que aparecieron en mi perfil. Y entonces sus Stories... No. Mejor dejarlo ahí. Por ahora.

Un ronroneo involuntario escapó de mi garganta, provocando miradas curiosas.

—Perdón, estoy algo nervioso —aclaré rápidamente, sintiendo calor en las mejillas—. Después de mi primera transformación, en vez de convertirme en algo peludo como ustedes, me convertí en... esto.

Subí ligeramente la manga de mi sudadera, revelando una piel azul-grisácea, brillante y completamente lampiña. La luz fluorescente hacía que pareciera casi metálica. Las venas azuladas se marcaban bajo la superficie como circuitos eléctricos.

—Un gato egipcio —murmuró Lupita con asombro, sus ojos llameantes bajo la capucha.

—La primera vez fue horrible —continué, recordando vívidamente aquella noche—. Estaba probando una nueva crema antiedad con extracto de no sé qué planta exótica de efecto "rejuvenecedor" y "transformador".


El baño estaba lleno de vapor, la pantalla del móvil empañándose mientras ajustaba el ángulo para el directo. "Hoy probaremos la nueva crema rejuvenecedora de Nefertum," anuncié a los pocos espectadores que se habían conectado. "Prometida para hombres que quieren una piel perfecta."

El frasco brillaba bajo las luces. Etiqueta minimalista, dorada sobre negro. Lo abrí con un gesto teatral, mostrando la crema azulada que olía ligeramente a lotus y algo más... inusual

—Recuerden seguirme para más consejos de belleza masculina, —dije mientras aplicaba la primera capa sobre mi rostro recién exfoliado—. CatoBeauty les trae siempre los productos más innovadores del mercado.

»Y no olviden seguir mis sesiones en directo de CatoFit cada miércoles, en las que pondremos en forma esos cuerpos perfectamente bellos y suaves, y los esculpiremos hasta que sean ideales.

El cosquilleo comenzó casi inmediatamente. Como miles de hormigas microscópicas recorriendo mi piel. Al principio pensé que era la sensación normal de la crema actuando.

Pero entonces vino el ardor.

—Creo que estoy teniendo una pequeña reacción, —murmuré, inclinándome hacia el espejo. Y fue entonces cuando lo vi: mis pupilas, normalmente redondas, comenzaban a estrecharse verticalmente como las de un gato.

»¿Qué demonios...?

Mi piel comenzaba a tornarse azulada. No un azul enfermizo, sino un tono azul-grisáceo brillante, como el de algunas razas de gatos exóticos.

El pánico me invadió. Intenté limpiarme la crema desesperadamente, pero el cambio ya había comenzado.

—Lo siento, tengo que cortar, —dije atropelladamente, buscando el botón de finalizar la transmisión con dedos que comenzaban a alargarse ligeramente.

Pero en mi pánico, solo minimicé la aplicación. El directo continuaba emitiendo mientras yo observaba con horror cómo mi imagen cambiaba en el espejo.


—Los huesos de mi cara crujieron como ramas secas mientras mi mandíbula se reajustaba —relaté, sintiendo un escalofrío al recordarlo—. Sentí cada vértebra de mi columna estirarse una a una, ondulándose bajo mi piel como serpientes atrapadas. Lo peor fue el sabor metálico que inundó mi boca cuando mis colmillos perforaron las encías, atravesando la carne como agujas calientes.

Jorge se estremeció visiblemente. Su enorme cuerpo se tensó como si reviviera su propia transformación.

—Mis sentidos explotaron de golpe: las luces del baño me cegaron como flashes directos, los comentarios de mis seguidores en el directo retumbaban en mis oídos como gritos en un cañón, y el olor de mi propio sudor se volvió tan intenso que me provocó arcadas.

Pablo asintió comprensivamente, ofreciéndome un vaso de agua que acepté agradecido. El líquido fresco alivió momentáneamente la sequedad en mi garganta.

—Entré en pánico y creí que había cortado la transmisión —continué después de beber—. Para cuando me di cuenta y la borré, varios seguidores habían descargado el video y capturado imágenes. En cuestión de horas, "Catman, el hombre gato influencer" era tendencia.

Un suspiro colectivo recorrió la sala. Todos comprendían el terror de ser expuesto.

—Estaba aterrorizado, escondido en mi apartamento, cuando recibí una llamada. Era el director de marketing de LunaBella Cosmetics. Habían visto un video filtrado de mi transformación y, en lugar de horrorizarse, vieron... potencial.

—¿Potencial? —preguntó Jorge, inclinándose hacia adelante con genuina curiosidad.


La oficina de LunaBella Cosmetics ocupaba todo el piso 3º de un edificio de cristal en el centro financiero. Esperaba en una sala de reuniones con paredes de vidrio esmerilado, intentando calmar mi nerviosismo. Mi reflejo en la mesa de mármol negro me devolvía una imagen casi normal, excepto por mis ojos, que se negaban a volver completamente a su estado anterior.

La puerta se abrió de golpe y entró Claudia Vega, directora de marketing. Alta, impecablemente vestida, con una energía que parecía electrificar el aire a su alrededor.

—Catalino! —exclamó como si fuéramos viejos amigos—. ¿O debería decir... Catman? —Mi estómago se contrajo.

—Preferiría que no lo hiciera. —Se sentó frente a mí, sus ojos evaluándome con precisión clínica.

—Lo que te ha ocurrido es... extraordinario. Único. Y potencialmente muy lucrativo.

—Yo lo llamaría una pesadilla, —respondí secamente.

Ella sonrió, un gesto que no alcanzó sus ojos.

—Buscamos la piel perfecta —dijo, parafraseando el eslogan de la compañía—. Y ahora sabemos que está en ti.

Deslizó una tablet hacia mí. En la pantalla, un contrato con una cifra que me hizo parpadear varias veces.

—Queremos que seas la imagen de una línea nueva que vamos a lanzar contigo como bandera de la marca. Exclusividad completa, por supuesto.

—Pero mi piel... mi transformación...

—Es exactamente lo que queremos mostrar. Controlada, por supuesto. —Su sonrisa se ensanchó—. Nuestros científicos ya están trabajando en una versión modificada de la crema. No te preocupes, no transformará a nadie más como a ti. Solo... potenciará tus características más atractivas para las cámaras.


——"La piel perfecta existe", me dijeron —suspiré, recordando mi ingenuidad—. Querían convertirme en su imagen corporativa. Así nació la campaña # BellezaSobrenatural. De la noche a la mañana, pasé de temer ser descubierto a ser exhibido como una rareza exótica.

Mis manos se movieron instintivamente como si sostuvieran frascos y aplicaran cremas, gestos que había repetido en cientos de sesiones fotográficas.

—Desarrollaron una crema experimental que me daba cierto control sobre la transformación. Podía mantener la apariencia humana excepto por algunos... rasgos selectos que resultaban atractivos para las cámaras.

Saqué mi teléfono y les mostré algunas fotos de campañas publicitarias: mi rostro con ojos felinos dorados promocionando una máscara de ojos; mi torso con un sutil brillo azulado para una loción corporal; mis manos ligeramente transformadas, con uñas elegantemente alargadas, sosteniendo un frasco de perfume.

—El problema era que nunca sabías exactamente qué rasgos decidirían manifestarse en cada sesión fotográfica. Un día mis ojos se volvían completamente dorados con pupilas verticales —perfecto para la campaña de delineador "Mirada Felina"— y al siguiente me salían pequeñas manchas azuladas en los pómulos que el director artístico llamaba "constelaciones de belleza sobrenatural".

Para ilustrarlo, dejé escapar otro ronroneo, este completamente intencional.

—Otro efecto secundario es que ahora ronroneo cuando estoy nervioso o excitado. No puedo controlarlo. —Miré a Jorge con una sonrisa torcida—. Imagina estar en medio de una negociación contractual millonaria y de repente empezar a sonar como el motor de un coche al ralentí. Mi agente aprendió a patearme bajo la mesa cada vez que comenzaba.

Risas suaves recorrieron el círculo. Por primera vez desde que entré, sentí que realmente me comprendían.

—¿Y cómo fue la fama? —preguntó Jorge, apoyando sus enormes manos sobre sus rodillas peludas.

—Explosiva —respondí, sintiendo cómo mi voz ganaba intensidad—. En tres meses pasé de ser un desconocido a tener quince millones de seguidores.


El estudio fotográfico era un caos controlado de técnicos, estilistas y asistentes que revoloteaban como abejas alrededor de su reina: yo, sentado en un trono dorado con motivos egipcios, mientras un maquillador daba los últimos toques a mi piel azulada.

—Más brillo en los pómulos, —ordenó el director creativo—. Queremos que capture la luz como si fuera mercurio líquido.

Mi cuerpo dolía. Llevaba horas en la misma posición, manteniendo una transformación parcial que requería toda mi concentración. Sentía los músculos faciales tensos por el esfuerzo de mantener las pupilas verticales.

—¡Descanso de cinco minutos! —gritó alguien finalmente.

Me levanté, estirando los músculos entumecidos. En un rincón del estudio, una pantalla mostraba en tiempo real las últimas publicaciones con el hashtag # BellezaSobrenatural. Miles de jóvenes aplicándose maquillaje azulado, usando lentes de contacto de pupilas verticales, adjuntando orejas postizas a sus cabezas.

Mi teléfono vibró con una notificación: Marcos había publicado un video. Lo abrí instintivamente.

—La verdadera belleza está en la fuerza, no en pintarse como un payaso, —decía, levantando pesas mientras miraba desafiante a la cámara—. Algunos venden humo y maquillaje. Yo ofrezco resultados reales.

Los comentarios eran una mezcla de apoyo a él y defensas apasionadas hacia mí. Una guerra digital de tribus enfrentadas.

—Treinta segundos, —avisó el asistente de producción.

Bloqueé el teléfono, respiré hondo, y regresé al trono. La transformación avanzó un poco más de lo previsto por mi agitación. Sentí mis orejas estirarse ligeramente, volviéndose más puntiagudas.

—¡Perfecto! —exclamó el fotógrafo—. Mantén exactamente esa expresión.


Mi mirada se ensombreció al recordar el peor momento.

—Todo iba bien hasta la presentación del Madison Square Garden, justo en luna llena. Se suponía que sería una transformación controlada, pero...

Mi voz descendió hasta convertirse en un susurro.

—Perdí completamente el control frente a miles de personas. La transformación fue total. Y en lugar de huir aterrorizados... se volvieron locos de emoción.

—¿Qué pasó? —preguntó Lupita, inclinándose hacia adelante.

—Me persiguieron. Miles de personas intentando tocarme, arrancarme pelo que no tengo, hacerse selfies, queriendo "ser como yo". Tuve que escapar por las salidas de emergencia.

Pablo me ofreció un vaso de agua al notar que mi respiración se había vuelto irregular.

—Aquella noche comprendí que había cambiado un tipo de prisión por otra. Ya no temía ser descubierto, pero ahora no podía caminar por la calle sin ser reconocido, perseguido, adorado como una deidad felina.

Abrí mi mochila y extraje un pequeño estuche que siempre llevaba conmigo.

—Este es mi kit de supervivencia —expliqué, desplegando su contenido sobre la mesa central. Una colección de pelucas baratas, bigotes postizos, cejas falsas, maquillaje de distintos tonos, gafas sin graduación y otros productos de la Tienda del Espía—. De influencer imagen ideal del # BelloSinVello, a tener que esconderme bajo capas y más capas de pelo, sin poder disfrutar de la fama y el dinero. La única forma de caminar por Madrid sin que me persigan.

Saqué mi teléfono y les mostré una foto de portada de Vogue donde aparecía en plena transformación, mi piel azul-grisácea brillando bajo las luces del estudio, mis ojos dorados hipnóticos mirando directamente a la cámara.

—Este soy yo según el mundo —dije. Y luego me señalé a mí mismo, mostrando mi pechera de falso "pecho lobo", con un gesto amargo—. Y este soy yo escapando de ese mundo.


El centro comercial rebosaba de actividad navideña. Yo avanzaba con la cabeza gacha bajo una gorra, barba postiza y gafas sin graduación. Una versión completamente peluda y anónima de mí mismo.

Había funcionado durante casi una hora. Casi me sentía normal comprando regalos como cualquier otra persona.

Entonces la vi: una tienda entera dedicada a productos # BellezaSobrenatural. Mi rostro azulado en gigantescos carteles. Adolescentes haciendo cola para comprar el kit de maquillaje que "te transforma en Catman".

Me acerqué, fascinado por esa versión comercializada de mi pesadilla.

—Disculpe, —dijo una voz a mi espalda. Una dependienta me sonreía—. ¿Le interesa el look felino? Tenemos una promoción especial hoy.

La ironía me provocó una risa que rápidamente convertí en tos.

—No, gracias. No es... mi estilo.

—Oh, nunca se sabe hasta probarlo, —insistió, tomando un aplicador—. Un toque azulado en los pómulos podría sentarle bien incluso con esa barba—. Retrocedí instintivamente.

—De verdad, no estoy interesado.

Fue entonces cuando la sentí, la comezón familiar en la piel. Aquí no, por favor. Ahora no. La luna llena estaba cerca y mis transformaciones se volvían más difíciles de controlar.

Una gota de sudor azulado resbaló por mi sien. La dependienta la observó, confundida al principio, luego con creciente asombro.

—Espera... ¿eres...?

No esperé a que terminara la frase. Salí corriendo, sintiendo cómo la barba postiza comenzaba a despegarse de mi piel cada vez más azulada, delante de una turba que parecía querer lincharme a besos y caricias.


El silencio cayó sobre la sala como una manta pesada. Nadie sabía qué decir. La ironía era demasiado evidente: mientras ellos temían ser descubiertos, yo me escondía de mi propia fama.

Jorge fue el primero en romper el silencio con un suspiro profundo.

—Es triste. Casi prefiero mi situación —murmuró Jorge, pasándose una mano por su barba—. Al menos puedo ser yo mismo casi siempre.

—¿Cómo puedes odiarlo? —preguntó una mujer mayor—. Eres famoso, rico...

—Y los paparazzi me acosan, buscando captar mi transformación. Recibo cientos de mensajes pidiendo "la crema especial" —dije—. Solo soy yo cuando estoy a solas, Encerrado en hoteles —dije—. Y el contrato... —Hice una pausa para ronronear—. Mis ojos dorados se reflejan cada noche en la pantalla negra del móvil. Un millón de seguidores esperando. Tres millones en multas si fallo una sola noche. La amenaza de una demanda por incumplimiento pesando sobre mis hombros como una jaula invisible. Me siento como gato encerrado.

Lupita, callada hasta entonces, tocó mi mano.

—Nosotros podemos escondernos —dijo suavemente—. Tú no puedes, ni como monstruo ni como humano.

—Gracias por lo de monstruo —le dije con una lágrima partida en dos por mi pupila.

—Lo irónico —continué con la voz quebrada— es que temíamos que nos cazaran como bestias. La realidad es peor: nos convierten en productos. El verdadero monstruo es quien te pone un contrato y dice «firma aquí, fenómeno».

Varios asintieron. Incluso Pablo, con toda su experiencia, parecía conmovido.

—La semana pasada —añadí—, descubrí algo más. LunaBella no está satisfecha solo conmigo. Han estado experimentando, buscando otros "especímenes" para su línea de # BellezaSobrenatural. Diferentes transformaciones para diferentes líneas de productos.

Jorge frunció el ceño, su enorme cuerpo tensándose visiblemente.

—¿Estás diciendo que están intentando crear más... como nosotros?

Asentí sombríamente.

—Según los documentos que encontré en el laboratorio, están experimentando con diferentes fórmulas. Quieren todo un "zoológico" de bellezas sobrenaturales. El hombre-lobo para la línea masculina tradicional. La mujer-zorro para productos de lujo asiáticos. Y estaban particularmente interesados en desarrollar... —mi voz se quebró— una versión anfibia para su línea de productos hidratantes.

El crujido de la puerta interrumpió el momento. Todos giramos la cabeza simultáneamente.

La puerta se abrió lentamente, revelando una figura húmeda y temblorosa. Piel verdosa y brillante. Ojos saltones que recorrieron la habitación con pánico. Dedos anormalmente largos y palmeados aferrándose al marco de la puerta.

Mi estómago se contrajo al reconocerlo. Marcos. Mi antiguo rival. El hombre que me odiaba y se burlaba en redes de mí. Ahora convertido en una grotesca parodia de hombre rana.

Pablo se levantó con su habitual calma.

Marcos tragó visiblemente, un movimiento exagerado en su nueva garganta anfibia, recolocando su larga lengua. Sus ojos saltones mirando a un lado y a otro indistintamente.

—Bienvenido a Transformados Anónimos —dijo Pablo, extendiendo una mano hacia el recién llegado—. Estás en un lugar seguro.


Versión 2 en inglés

SupernaturalBeauty#Version 2